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Dejando hacer, dejando pasar (PARTE 9)

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El Embajador Labougle saludando a Adolf Hitler

En esta novena entrega prosigo la tarea de cronicar y demostrar como el lema francés del «laissez faire et laissez passer» cuando se eyecta de su ámbito de aplicación natural (las ciencias económicas), resulta factor desencadenante de verdaderos estragos… Cuando la conducta humana lo inserta en la práctica como un uso y costumbre sistemático ante la producción de un flagelo de inconmensurables consecuencias sociales: El odio al prójimo por cuestiones raciales, religiosas y/o culturales.

Obviamente, en mi trabajo específico, me he centrado en el odio antisemita, tal como puede apreciarse desde la primera parte de esta saga.

En notas anteriores ya he incursionado sobre los tribunales de la Inquisición de México y Lima, también sobre hechos discriminatorios que sufrieron los primeros inmigrantes judíos en nuestro país y asimismo, sobre el primer y único pogromo judío ocurrido en el continente americano, más precisamente durante la segunda semana del mes de enero de 1919 y ordenado por el presidente radical Hipólito Yrigoyen, que dejó una cifra terrorífica de muertos. “Curiosamente”, hasta la actualidad nunca nuestro país emitió la cifra exacta oficial, ni fue motivo de reclamo incesante por parte de las principales instituciones representativas del judaísmo en la República Argentina.

La apatía y el desinterés con los cuales, en general, se considera cada ataque antisemita en nuestro país, de manera incomprensible devienen en denominadores comunes. Así lo revela la historia irrefutablemente. En ese sentido pareciera que los entramados y acomodos políticos se convierten en un buen refugio de convergencia para los principales actores públicos y de la sociedad civil, para maquillar a la avanzada propagandista y conspirativa antisemita en la Argentina, con meros sofismas portantes de falsas verdades, y que una vez más insisto, traen aparejada la práctica de un aparente deporte nacional: “Dejemos hacer, dejemos pasar, que nuestra nación vaya sola”. Letra muerta para la Constitución Nacional, los Tratados Internacionales de jerarquía y supremacía magna y de todas las leyes ordinarias que tipifican y reprimen el odio racial contra el judío.

No sólo toda la época colonial, el siglo XIX y el comienzo del pasado siglo XX han sido escenario de hechos crudos, a carne viva, de la presencia histórica del antisemitismo en Argentina. Los siguientes puntos de tratamiento revelan que la xenofobia judía no es inteligente, pero sí insistente en su propagandismo atroz y en la inmediata ejecución del horror acompañados de la mirada distante y con el iris dirigido hacia el punto cardinal opuesto.

El nazismo y el embajador Eduardo Labougle

Debiera ser de suficiente y notorio conocimiento público lo actuado por el nazismo hitleriano ejecutando el Holocausto, aunque resulta alarmante el alto grado de desconocimiento existente en Europa, Estados Unidos y Canadá, acerca de la Shoá. Al respecto, incursioné en distintas encuestas y trabajos de estadísticas realizados por entidades de amplio reconocimiento mundial, con impactantes resultados allí consignados.

Transito ya el punto específico de esta parte de mi labor: El antisemitismo argentino en épocas del nazismo, no solo con aspectos que en líneas generales resultan medianamente conocidos sino destacando sucesos que seguramente no forman parte del conocimiento más cercano del lector. Entonces, teniendo presente que el nazismo fue concebido a base de una tarea propagandista conspirativa y previa para engendrar en el corazón alemán el odio hacia el judío, me detendré en el análisis breve y lo más sencillo posible –dado el objeto y alcance de mi trabajo- sobre la actuación del entonces Embajador argentino, acomodado en la espina dorsal del horror que luego se produciría en Europa. Desde ya, quien guste de una mayor y excelsa profundidad, no sólo sobre la investigación del nazismo y sus vinculaciones con Argentina, sino asimismo sobre la biografía de Eduardo Labougle (“En el ojo del huracán”), puede consultar los trabajos del historiador y escritor Julio B. Mutti.

Precisamente entonces, me referiré al trabajo desarrollado por Eduardo Labougle Carranza, quien fue uno de los más destacados funcionarios del servicio exterior de la República Argentina. Luego de ocupar el cargo de secretario de primera clase en la Embajada argentina en Estados Unidos desde 1913, fue nombrado en el mismo cargo en la Embajada en Alemania hacia junio de 1914. Asentado en Berlín, desde julio de ese mismo año, fue designado como encargado de negocios, labor que llevará a cabo hasta 1918. Por lo tanto, resultó un testigo presencial durante esos años gravosos de la Gran Guerra en donde pudo conocer de “primera mano” los efectos devastadores sobre el imperio de Guillermo y el final de la dinastía Hohenzollern. Luego, como ministro plenipotenciario, tuvo asiento en diversos destinos. Cuba, Colombia, Venezuela y México, Dinamarca, Noruega, Suecia y Portugal, fueron sedes en donde desempeñó una gran labor como representante diplomático argentino. Pero ya en 1932 e iniciada la década infame es enviado a cumplir funciones nuevamente en Berlín por el gobierno del presidente, militar y político de la Unión Cívica Radical, Agustín P. Justo. Simultáneamente ejerce su rol diplomático en Viena y Budapest. Afincado en la mencionada ciudad capital de Alemania, se constituye en altísima referencia y respeto de la clase política, industrial y de la alta sociedad alemana. Era apreciado y respetado no sólo por los colegas de los países más poderosos del mundo, sino inclusive por las más altas jerarquías del nacionalsocialismo alemán y de suyo, por el mismo Adolf Hitler.

Pero la cercanía de los jerarcas nazis a Labougle tenía un interés maquiavélico bien determinado. El diplomático representaba el nexo que Hitler y su Ministro de Propaganda Goebbels suponían tener a su favor en relación al fuerte vínculo existente con el gobierno argentino. La República Argentina había sido elegida por el régimen atroz como centro fundamental del nazismo para desde allí, precisamente desde Buenos Aires, promover el adoctrinamiento hitleriano hacia América. Tan es así, que a dicho efecto fue creada la llamada oficina de “Organización Exterior”, siendo su líder Ernst Bohle. La alta cercanía de Labougle con el centro del poder nazi en Berlín, comenta Julio B. Mutti, le permitió adelantarse anticipadamente al conocimiento de los nefastos planes de Hitler para con los judíos.

Ello ocasionó que el alto funcionario diplomático argentino enviara a nuestro gobierno cientos y cientos de informes escritos y pedidos de ayuda para judíos de origen argentino residentes en Alemania, que llenaban la sede de la embajada en Berlín solicitando autorización para regresar a la Argentina. Una vez más cuando de antisemitismo se trata, el gobierno argentino ignoró totalmente cada uno de los informes y solicitudes de ayuda de su tan jerarquizado diplomático. Cada uno de los informes de Labougle, para que conste de manera fehaciente, permanece en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. Entonces, la República Argentina conocía de antemano (y aún con anterioridad al pueblo alemán), toda la motorización propagandística y fáctica planeada por Hitler y sus secuaces sobre el objetivo de exterminar a los judíos. Sin embargo, nuestro país “dejando hacer y dejando pasar”, miró para otro lado. Incluso, el gobierno argentino negó la ayuda a los judíos solicitada desde Berlín, manifestando que “Hitler haga lo que quiera con ellos; total son alemanes”.

La prueba cabal de que el andamiaje nazi se había instalado formal y materialmente en Buenos Aires mediante la “Organización Exterior” (AO) lo constituyó la muerte de Josef Riedle, súbdito del Reich, ocurrida en Villa Ballester en 1937. Pese a morir asesinado por un ladrón durante un asalto –fehacientemente comprobado-, el hecho fue utilizado macabramente por Hitler y Goebbels para martirizar la figura del nazi afincado en la propia República Argentina. Los medios periodísticos alemanes del 16 de febrero de 1937 destacaron al crimen de Riedle en Buenos Aires como “el asesinato de un nuevo mártir de la causa nazi” (SIC).

Ese hecho se sumó a otro del mismo tenor, ocurrido a razón del Congreso de Alemanes en el Extranjero de 1937. De este modo, provocaron el absoluto convencimiento en Lagouble, respecto de la atrocidad que se cernía sobre Europa en relación a los judíos, sobre la apatía del gobierno argentino frente a ello y asimismo, frente a la omisión cómplice de nuestro país ante el posicionamiento estratégico de Hitler en tener a la Argentina como eje central y base fundamental del propagandismo y adoctrinamiento nazi fuera del territorio alemán, evidente posición del gobierno argentino. Ese “otro hecho” ocurrió en 1937…

Mientras el centro del poder nazi en Berlín aceleraba a pasos agigantados y firmes la organización de “sus fieles” alemanes-argentinos –nos enseña Mutti- una extraña película comenzó a circular y a ser proyectada alborozadamente por los delegados sudamericanos de la AO. No era otra cosa que el primer documental propagandístico filmado fuera de Alemania, realizado por expreso encargo de la Organización Exterior y con fines “ocultos”. Agrega el reconocido historiador, escritor y conferencista, ilustrándonos con excelencia, que sin embargo no sería hasta comienzos de 1938 que el doctor Labougle se enteraría que la nación elegida para la prueba no era otra que su propia República Argentina. El diplomático, ocultando su fastidio ante las autoridades más altas del régimen nazi en Berlín pero comunicando inmediatamente el hecho al gobierno argentino, aceptó la invitación expresa del Ministerio de Propaganda de Goebbels para asistir a la función estreno del “documental” que se celebraría en sede de dicha repartición ministerial. El 4 de febrero de 1938, el diplomático pudo ver Fern vom Land der Abnen (Lejos del país de mis antepasados). Inmediatamente culminada la función, cuando apenas podía contener su enfado e irritación; el principal asesor ministerial de Goebbels, el doctor Leichtenstein, requirió la opinión de Labougle. Él respondió sin ya poder disimular su absoluto desagrado. El representante argentino presentó formales protestas ante diversos funcionarios del Reich, entre ellos, al secretario de Estado Weizsäcker. Y siempre informando puntillosamente a sus superiores del gobierno argentino, aclarando sobre Argentina –ante la sistemática indiferencia recibida- según consta expresamente de los informes que obran, reitero, en los propios archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores, que es un país en el cual “Cada quien hacía lo quería”.

Es que, para Labougle, el film se trataba evidentemente de una película de propaganda, no sólo en lo que concernía a las ideas del nacionalsocialismo sino principalmente porque había sido rodado con marcada intención que, si no era maligna, resultaba desconsoladora para un público que no tenía idea cabal de lo que era la República Argentina.

El tema puntual que sobre Labougle planteo brinda un sinnúmero de ejemplos sobre los esfuerzos de un hombre comprometido, que pretendió hacer comprender no sólo los riesgos de una masacre promovida por el nazismo que se avecinaba y que luego sucedió, sino de hacer entender y prevenir sobre la instalación del mismo régimen en la República Argentina. Nunca fue escuchado, pues en realidad –eso es lo trascendente- nuestro país irrefutablemente comulgó con el plan nacionalsocialista de Hitler y así, el odio racial llevado a su máxima expresión, tuvo cabida en nuestro país. Prueba cabal de lo mencionado es que desde Buenos Aires fueron emitidos 6.000 documentos “en blanco” que fueron enviados a Berlín, con el objeto de ser utilizados como salvoconductos por los miembros del nazismo y así poder, de ser necesario –y vaya que lo fue- escapar e ingresar a la República Argentina.
Luego de dejar Berlín y antes de hacerse cargo de la Embajada en Chile, el doctor

Labougle pasó por Buenos Aires manifestándose públicamente a favor de las democracias occidentales y en contra del totalitarismo del Eje, tal cual lo recuerda el invalorable trabajo de Mutti.

Es preciso destacar un dato muy importante: Juan Domingo Perón formó parte del gobierno argentino que comulgó con el nazismo e ignoró sistemáticamente los “gritos desesperados de Labougle”, revelados a partir de sus cientos de informes dirigidos a sus superiores, gobernantes del país, y desde el propio corazón del nazismo en Alemania.

La historia es el fiel testigo de que el antisemitismo en Argentina siempre estuvo presente y aun, claramente persistente. Solo la apatía y el desinterés estatal y de las supuestas organizaciones representativas lo permiten. Maquillar al odio racial contra los judíos, mediante meras expresiones ocasionales de repudios “twitteros”, no significa en absoluto accionar enérgicamente como lo permite y ontológicamente lo exige la LEY.

En relación a la labor del doctor Labougle, cabe efectuar la siguiente reflexión. Sin lugar a dudas fue una eminencia de la diplomacia argentina. Pero fundamentalmente es necesario reflexionar sobre un punto demasiado trascendente en relación al objeto del presente trabajo que me convoca: Nadie, absolutamente nadie como argentino, conoció tan de cerca la maquinación perversa del propagandismo conspirativo antisemita pergeñado por el nazismo y utilizado en definitiva para poder ejecutar la atrocidad que significó el Holocausto. No puede haber existido ningún otro argentino que haya podido encontrarse tan cerca de la boca del lobo tomando conocimiento de los planes de Hitler para llevar adelante el propósito de eliminar a los judíos. Y para que aquellos que aún con las pruebas en la mano, no alcanzan a comprender el sentido y alcance cabal de mis expresiones, digo que Labougle era habitualmente invitado a reuniones y agasajos en la propia ciudad de Berlín y de suyo, donde dialogaba directamente, cara a cara con Adolf Hitler, Josef Goebbles y toda la banda de la más alta jerarquía de los asesinos nazis.

Nuestro distinguido diplomático sistemáticamente informó todo, con lujo de detalles temporáneamente al gobierno de Argentina. Inclusive, lo hizo con un verdadero y férreo compromiso, no solo informó a las autoridades argentinas de Buenos Aires, sino que procedió a prevenirlas sobre la atrocidad que se venía venir. Y en tal sentido, no solo predijo el horror que el nazismo llevaría sobre Europa; además previno el plan de Hitler y Goebbels para, simultáneamente, establecer a la República Argentina como la base extranjera de asiento y expansión del nazismo en América. Y en ese contexto, Labougle con un amplio sentido común y lógica propia de quien, como ningún otro argentino, pudo anoticiarse e informar desde el propio riñón del nazismo, consecuentemente también, supo obtener sus propias conclusiones. A dicho alcance, pudo conocer con antelación la barbarie racial que se cernía y se produjo contra los judíos; asimismo, ante la respuesta indiferente y cómplice que recibía por parte del gobierno argentino frente a sus informes y pedidos de ayuda, logró fácilmente entender que la República Argentina era complaciente con el régimen y propósitos de Hitler y sus funestos cómplices. Al respecto y con obviedad elocuente entonces, consiguió conocer como nadie la afinidad de Juan Domingo Perón con la ideología de los nazis y fascistas.

Sobrados conocimientos y pruebas poseía, evidentemente.

Eduardo Labougle, casi un héroe argentino, víctima del olvido eterno y de la práctica sistémica del “dejar hacer, dejar pasar” argentino.

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