Tal como expreso en la nota anterior Juan Domingo Perón permaneció en Italia dos años, con la supuesta excusa de estudiar. Pregunto: ¿A estudiar qué cosa en el mencionado país, en aquel contexto? Es evidente que el gran impostor quería observar y aprender en vivo y en directo aquello que, para él, constituían ejemplos extraordinarios de la política: Mussolini y Hitler. Lo explica María Sáenz Quesada, en su capítulo sobre la llegada de Perón a la mismísima tierra italiana en 1939. Se documenta de manera contundente con las denominadas “cartas romanas” y como enseña la distinguida historiadora, escritas de puño y letra por Perón y conocidas gracias a la laboriosa investigación del doctor Martín Cloppet. El “estudiante” arribó a Génova en abril de 1939, a bordo del transatlántico Conte Grande, meses antes de que estallara la guerra.
Cronica Sáenz Quesada que el militar argentino escribe las cartas a su cuñada, la profesora María Tizón Erostarbe. Ya en Roma quedó deslumbrado. Escribió Perón que “Italia es una maravilla… gente buena, mucho orden, trenes lujosos… Mucha gente de uniforme, mucha tranquilidad, la agitación de guerra que nosotros sentimos allá es obra de la prensa, propaganda de los miserables yanquis, franceses y compañía. Aquí hay mucho orden, disciplina, patriotismo y se trabaja mucho… Mañana salgo de turista inglés a las 8:30. Voy a misa cantada en San Pedro y luego turismo”. La misma autora destaca otro párrafo de una de las cartas de Perón, escrita desde la Italia de Benito Mussolini: “… De Europa, al contrario de lo que muchos piensan, no creo que tengamos nada que aprender en el orden material, pero es honrado reconocer que tenemos mucho que imitar en el orden espiritual”.
Haciendo un aparte de las nociones históricas, fantaseo… si hubiera podido tener la ocasión de responder ante el mensaje de puño y letra del afamado simulador, no me hubiese quedado otra opción que insistir con El Príncipe: “Cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres”. Ese orden “espiritual” que Perón pretendía imitar de Europa, no era otro que el impuesto por Benito Mussolini y Adolf Hitler. De haber tenido la oportunidad de intercambiar misivas epistolares con el comulgante del horror, seguramente me hubiera hecho saber finalmente: Expreso mis congratulaciones, usted ha sabido palpar quien soy en realidad y no se ha dejado influenciar ni adoctrinar estúpidamente, por quien aparento ser.
Que la admiración del General por los sanguinarios antisemitas unidos en la maquinaria del horror, Mussolini y Hitler, no resulta ser una mera afirmación mitológica de mi parte y, muy por lo contrario, refleja la veracidad emergente de la mismísima personalidad de Juan Domingo Perón. Estimo de obligada reiteración aquí, el modo en que los productores del Holocausto eligieron preferentemente a la Argentina para poder refugiarse en un marco que les otorgara amplia seguridad y también impunidad ante el masivo reclamo mundial viabilizado por cientos de pedidos de extradición que ingresaron al país en busca de extraditar y juzgar a los criminales de guerranazis. La cueva de vándalos y asesinos nazis en que se convirtió nuestra nación, tuvo su factor de atribución en el directo diseño ya concebido desde la década infame y ya, durante la específica presidencia del General, llevado a los hechos en su máxima entidad. A confesión de parte relevo de pruebas, establece el conocido principio jurídico procesal. A dicho alcance, traigo nuevamente el excelente trabajo de Sáenz Quesada, cuando refiere al puño y letra de Perón, quien desde Italia manifestaba su voluntad expresa en relación a su sentir sobre el fascista Mussolini: “Este gran hombre que es Mussolini sabe lo que quiere y conoce bien el camino para llegar a su objetivo. Si las fuerzas desatadas al servicio del mal se oponen a sus designios, luchará hasta morir, y si lo matan, quedará su doctrina, aunque yo siempre he tenido más fe al hombre que a las doctrinas… La dirección a cargo de otra clase nueva (el fascismo) que gobierna y administra, vale decir dirige el capital, el trabajo y las fuerzas espirituales que no descuida…”.
Por lo menos a mí, me queda suficientemente claro, que al “palpar” mínimamente en los hechos y actos nacidos desde la propia expresión de Juan Domingo Perón, queda al descubierto quien fue en la realidad y no, quien aparentaba ser. La síntesis de la reconocida historiadora resulta clarificadora y ejemplar en torno a la admiración que Perón tenía por Mussolini y el fascismo: “Perón estaba convencido de que el fascismo era el mejor sistema de gobierno para equilibrar las relaciones entre capital y trabajo”.
Pero simultáneamente, el General comulgaba con el nazismo de Adolf Hitler. Enseña la autora de “1943”, que “Perón, al comenzar la guerra, le escribió una carta a su cuñada desde el apostadero de Merano, al norte de Italia, próximo a la frontera austríaca. Esbozó un análisis de las posibilidades de los bandos enfrentados y de la actitud que la Argentina tendría que asumir: “Tarde o temprano habrá que embanderarse en una de las dos tendencias… Solo se trata de saber elegir”. Con respecto a su visión del conflicto, en el Frente Oriental, Perón expresó epistolarmente a su cuñada: “Se desprende que, por mal que siga el asunto, cuando reciban ustedes esta carta, Alemania habrá terminado con los polacos, mediante la ocupación de casi todo su territorio”.
No puedo dejar pasar por alto, necesito recordar una cuestión que agrava aún más la concepción y visión a favor del nazismo que Perón sostenía; el General conocía de antemano y desde el propio riñón hitleriano en Berlín, durante toda la década infame argentina, el plan de exterminio que Hitler pretendía llevar a cabo contra los judíos. El propio Embajador argentino en Berlín, Eduardo Labougle, informó en reiteradas ocasiones y a tiempo, transmitiendo al gobierno argentino la información completa y fue ignorado por completo. Entre quienes desecharon la tarea del embajador, estaba Juan Domingo Perón. Uno de los motivos esenciales, por los cuales Labougle, a su regreso al país, manifestó su justificado anti-peronismo. Pudiendo haber ayudado a quienes serían perseguidos y exterminados, el General se convirtió en cómplice directo de los responsables de la Shoá. Albergó en Argentina, ni más ni menos que a los nazis.
Me hallo en la obligación moral de traer nuevamente una cita de Sáenz Quesada en su “1943”, referente al concepto que Perón tenía por Adolf Hitler y el nazismo: “En síntesis, le tenía fe al Führer y estaba convencido de que mientras `los grandes valores materiales están del lado de los aliados, los grandes valores morales están del lado de los alemanes”. Todo dicho. Por mi parte, solo me resta recalcar que “cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres”.
Tiranos del odio racional
Finalmente, respecto del asumido y reconocido tránsito de Juan Domingo Perón por las vías férreas de la misma locomotora en la que viajaron juntos e ideológicamente unidos en el odio racial hacia el judaísmo los pasajeros Hitler, Mussolini y también el español, “generalísimo” Francisco Franco, debo destacar una cuestión relacionada al último de los nombrados. Al respecto cabe preguntar: ¿Ha sido mera casualidad que Perón, salido de Argentina, obtuviera el mismo tratamiento que él otorgó a los nazis en nuestro país? Quiero decir, Franco comulgó junto a Hitler y Mussolini el mismo antisemitismo; la misma “grandeza moral y espiritual” que elogió y profesó “nuestro querido General”. Más que casualidad, fue una auténtica causalidad. Los cuatro fueron socios del mismo club. Francisco Franco no trató a Perón como un mero simpatizante. Le otorgó en España cobijo, bienestar, seguridad, tranquilidad e impunidad. Exactamente el mismo trato que Juan Domingo otorgó a Josef Menguele, Adolf Eichmann, Erich Priebke, Carlos Fuldner, Rudolf Hess, Josef Schwamberger, Ante Pavelic, Abraham Bandrimh, Edward Roschmann, Fritz Wagner, Federico Wegener, Martin Borman, Walter Kutschmann, Walter Wilhelm, entre otros cientos de nazis que ingresaron al país bajo la premeditación y beneplácito del General.
Como bien expresa la prestigiosa periodista Silvia Mercado en su nota titulada “El refugio que Juan Domingo Perón brindó a los nazis, una verdad que incomoda” (Infobae; 22/06/2017), “Vicente López, Florida, San Fernando, Tigre fueron refugios para buena parte de los criminales de guerra, miembros de la SS y del partido nazi que vinieron a la Argentina desde 1946, cuando Perón ganó las elecciones presidenciales, en parte, gracias al millonario aporte del empresario Ludwig Freude”. Con Perón en la presidencia, Rodolfo Freude (hijo de Ludwig), se había transformado en el primer secretario privado de Perón. Como ejemplarmente lo relata la comunicadora en la referida publicación, resaltando la labor del periodista Uki Goñi para su excepcional obra “La auténtica Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Perón”, el minucioso esfuerzo documental publicado en el 2002 demuestra que esa organización, lejos de ser clandestina, trabajaba directamente desde la Casa Rosada. La misma Mercado ilustra al lector con detalles impresionantes en ese sentido. Dice que “Goñi encontró minuciosas descripciones de las reuniones del capitán de las SS Carlos Fuldner con Perón en la Casa de Gobierno, donde se decidía el listado de nazis que serían rescatados”. Para protegerlos, se puso en marcha un complejo mecanismo que empezaba en Suiza y el Vaticano, continuaba con barcos de la familia Dodero especialmente contratados para la misión y terminaba en la mismísima Dirección Nacional de Migraciones, que fraguaba documentación y entregaba pasaportes con nombres falsos. Se facilitaba así el ingreso de los criminales de guerra que en la Argentina pudieron confundirse con el resto de la población y mantener una vida normal”.
La historia verdadera, documentada, VS. el relato
Sin embargo, todo lo que he puesto a consideración del lector aún de una manera sintética y lo más documentada posible sobre la sistemática presencia antisemita en Argentina desde la remota época colonial hasta las andanzas de Perón en ese sentido mayúsculo, parecieran caer en saco roto cuando de enceguecidos sujetos despojados de sus más mínimo sentido común -más allá de cualquier carencia cultural- se trata, despojados de su autonomía de voluntad ciudadana mediante programas de lavado cerebral francamente premeditados.
Pese a conocerse de manera notoria y pública que Perón comulgó con los mentores y ejecutores del Holocausto, los peronistas veneran al General “como el gran argentino que supo conquistar a la gran masa del pueblo”. Si la apariencia de una persona puede más que lo claramente palpable sobre lo que en realidad es, nuestro país se encuentra en un gravísimo problema. Esa cultura social, precisamente, tal vez sea una de las causas del deplorable estado en que se encuentra nuestra Nación. Y ello es así, pues jamás, desde el “adelante radicales, viva Hipólito Yirigoyen y el Partido Radical”, se ha escuchado, reconocido ni asumido la más mínima autocrítica, acerca de que, precisamente “el popular presidente” ordenó la ejecución del único salvaje pogromo que los judíos han tenido que experimentar en todo el continente americano.